Por: Federico Silva Borrero
A comienzos del 2020, apareció una noticia internacional como cualquier otra: un nuevo virus acababa de aparecer en China, en Wuhan. El coronavirus. Como muchas noticias internacionales difundidas por medios de comunicación, en nuestro país no significó demasiado. China se encuentra a 16.000 kilómetros geográficamente, y a muchos otros miles de kilómetros culturalmente. Sin embargo, al pasar los días y las horas, el foco de las agencias de noticias se fue poniendo sobre este suceso. Nuevos casos aparecían, uno tras otro, llegaban a nuevos países cada día. Puso en problemas a la ciudad donde se originó, y pronto empezó a tener repercusiones en todo el mundo. Al expandirse por el mundo, y globalizarse, creó pánico mundial. El mundo nunca volvió a ser el mismo. Día tras día más gente usaba tapabocas, más gente se quedaba en su casa por miedo, establecimientos cerraban, y cualquier persona que tosiera en un lugar público era observada con caras de desconfianza. Ante esta amenaza inminente, los gobiernos de la mayoría de los países aplicaron fuertes medidas para frenar el contagio de tal enfermedad. Establecimientos cerraron definitivamente, eventos fueron cancelados, universidades, colegios y muchos tipos de trabajo se mudaron a la virtualidad, los viajes se cancelaron, y todo individuo extranjero empezó a parecer un peligro.
El mundo se redefinió. Un enemigo invisible, un virus, detuvo casi toda actividad humana en el mundo exterior. Un enemigo que en su mayoría hizo las guerras detenerse, el crimen detenerse, los viajes detenerse, las fiestas detenerse, los deportes detenerse, y la vida detenerse, de a pocos. Detuvo la actividad social, que es de los principales pilares humanos. Como individuos, nuestra posición cambió indudablemente. Siendo obligados a quedarnos confinados en los hogares, lo ilegal muta y empieza desde dar un paso afuera del refugio. Ver a un amigo, hacer deporte en los espacios públicos, y desplazarse sin ir directamente al mercado, a la farmacia, al hospital o a la entidad bancaria se vuelve un crimen. El crimen es todo aquello que hagamos fuera de casa. Así que en esa medida los individuos entramos en prisión, en la prisión de nuestra propia cueva, situación que jamás nos hubiéramos imaginado. La reacción de una sociedad globalizada e interconectada ante una enfermedad que de la misma manera se ha transmitido, es aprisionar a todos sus miembros. Someterlos a “racionamiento alimenticio, privación sexual, golpes, celda” (Foucault 1975). Golpes psicológicos, y una celda que es la propia casa, la casa por cárcel. Son amenazados mediante comparendos, o con la violencia, como ciertos estados lejanos como Filipinas. Otras sociedades del oriente han recurrido no solo al aprisionamiento, sino al monitoreo cuidadoso, un monitoreo biológico que incluye la temperatura, el estado de la persona, su ubicación, y lo que mira para entretenerse durante su confinamiento. Muchos de los prisioneros, de clases bajas o de situaciones concretas, son encerrados con un racionamiento alimentario aún más estricto, sin comida. No está permitido que busquen sus recursos, pero tampoco son alimentados, o ayudados. Les tocó. Bandera roja. La dimensión no es solo legal: así como el enemigo es invisible, las fronteras también son invisibles. Las puertas de las casas se pueden abrir, pero no pasar de ahí, porque el enemigo invisible está suelto por las calles. Ruge silenciosamente, y se desplaza a velocidades inimaginables. Corremos peligro de ser devorados por él, nosotros y al tiempo nuestras familias, y eso delimita la ciudad, el país, y el mundo.
Esto me remite a la película de Luis Buñuel “El ángel exterminador”, en que un grupo de personas elegantes y de clase social alta, se quedan encerrados en una habitación después de una fiesta por una razón inexplicable. Están confinados, y no pueden salir por unas barreras invisibles que son imposibles de entender. Durante este tiempo de reclusión, las peores cualidades del individuo se disparan. Empieza el hambre, el cansancio, el insomnio, la enfermedad y muerte, y estos individuos refinados, comportados según los estándares “civilizados”, quieren matarse entre ellos, robarse entre ellos, y empieza un odio que quizás existiera desde siempre, pero que la situación sacó a flote y potenció en gran medida. Nuestra situación es muy similar. El confinamiento es voluntario. Hay límites invisibles, y el único momento en que se visualiza el enemigo es cuando ya está adentro, cuando ya es demasiado tarde. Con la situación excepcional, reluce con más intensidad lo más crítico de la sociedad actual: la inmensa desigualdad, la errónea distribución de recursos, el afán humano de buscar culpables para desahogar todos sus sentimientos de ira, la explotación continua a lo no-humano, los humanos que viven a la deriva, los incansables individuos trabajadores que no solían reconocerse como “héroes” en épocas de normalidad, los vacíos ideológicos, el nacionalismo y la territorialidad intensa, y la vulnerabilidad excepcional no reconocida por la especie dueña del mundo. Esta aparición cegadora y súbita en la consciencia colectiva propone reflexionar. Propone volver a pensar, y examinar cada minúscula pieza de la ecuación, para analizar el resultado. Analizar su significado, y su resultado bajo otra ecuación, donde quizá la situación sería radicalmente diferente. En algún momento, esta situación excepcional se acabará, y puede que el humano haya llegado a una comprensión de lo que hay que cambiar, y lo que no, como puede que no. Pero esto no cambia la masiva demostración y exposición de los puntos débiles de nuestro gran organismo, que se llevó a cabo durante esta situación, durante este asedio.
Ahora, la resistencia ¿dónde se encuentra? No se encuentra en rebelarse contra los protocolos, los tapabocas y las medidas autoritarias. Se trata de tramar desde la oscuridad, de jugar el mismo juego, de usar la tal productividad que nos es exigida en la estructura actual, y usarla a nuestro favor, usar la cárcel para salir musculoso. Analizar, filosofar, escribir, leer, compartir, para que cuando estemos en el otro lado, la vida sea un poco más soleada para todos. Proponer soluciones. Lograr una comprensión multilateral, que sirva en cada individuo, y al tiempo colectivamente. Esto es una pausa inmensa en el tiempo, donde está la posibilidad de empezar a reformular la ecuación, aunque como toda oportunidad, puede pasar y perderse en la inmensidad. Esto es un hecho que apareció en la normalidad, a la que nunca volveremos. No es posible bañarse dos veces en el mismo río, como diría Heráclito, hace unos 2500 años.
Bibliografía
Foucault, Michel, y Aurelio Garzón del Camino. Vigilar y Castigar: Nacimiento De La Prisión. Siglo Veintiuno Editores, 2018.
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