Por Andrea Saavedra
El individuo es una categoría que en sí que debe ser estudiada y analizada debido a la infinidad de contextos, culturas y sociedades que existen en el mundo, no obstante, el encierro y la separación por la pandemia han mimetizado nuestros contextos, en la medida en que nuestros hábitos se adaptan de forma similar a un entorno reducido. Es errado pensar, en relación a lo anterior, que existe una homologación de nuestros hábitos y contextos, ya que las condiciones de vida dependen de los privilegios y/o características de cada uno, pero, asombrosamente hay algo que todos hacemos en estos días, y es pensar en torno a nuestros sentimientos. Aparece entonces, de forma súbita y palpitante la pregunta: ¿Cómo me siento?, a la cual se encadenan: ¿Estoy feliz?, o ¿Estoy triste?.
La cuarentena nos ha hecho enfrentar nuestro estado emocional, el confinamiento, por ende, ha sido una especie de reflejo o de espejo del uno mismo, en tanto sujeto que siente, un sentir que se enlaza tanto a la realidad material como a los sentimientos del individuo. Es importante recalcar que la emocionalidad siempre está y estuvo ahí... adentro, pero nuestra cotidianidad antes del confinamiento hacía imposible flexionar la mirada hacía uno mismo, puesto que siempre estaba dirigida hacia las maravillas del mundo, el conocimiento del otro, las sorpresas del día a día, e inclusive hacia las otras personas con las que compartíamos.
Sin embargo (…) ¡el más acá es igual de importante! ¡yo soy importante! y el preguntarnos constantemente acerca de nuestro estado emocional, nos hace darnos cuenta de lo mucho que hemos olvidado ser nosotros sin depender de unas tareas o de unas personas. Es notorio que nos hemos abandonado a lo largo de los años, hemos perdido nuestra inmanencia como seres humanos y otras formas de ser yo. Claro que esta bien preguntarse sobre nuestra emocionalidad, pero ciertamente el cuestionamiento es un reflejo de lo que hemos perdido, y las preguntas que florecen no son más que un síntoma de habernos dejado de lado y alejarnos de nuestros propios sentimientos por mucho tiempo.
El haber relegado la inmanencia, es como negar la esencia que existe dentro de nuestro propio ser, que perdura en nuestro interior y que tiene un fin en sí mismo, por y para mí. Este fin está fuera del de los preceptos del mundo material y se encuentra en nosotros. La inmanencia es abierta, fluye de adentro hacia fuera y de afuera hacía adentro y puede ser compartida, es como un espacio al cual podemos dejar entrar a los demás, como un espacio de emocionalidad en los límites del ser para desarrollarnos como personas, y a partir de la cual podemos co-habitar. Es por ello que en la inmanencia nos encontramos y a partir de ella actuamos.
¿Pero qué pasa si la hemos olvidado? ¿si hemos omitido que está ahí?, pues caemos en un ciclo de perdición, de depresión, no sabemos qué hacer con nosotros mismos, no le encontramos sentido a nada, y ahí es cuando debemos refugiarnos en nuestros sentimientos, y a pesar de lo abrumador que pueda ser en un principio, desarrollamos un oído, escuchamos nuestros sentimientos y lo que necesitamos para sentiros a gusto dentro de nuestros propios cuerpos.
Después de esta simple deliberación, lo que me queda es preguntar ¿Por qué se quiere sentir todo el tiempo en relación a lo que hay alrededor?
Porque naturalizamos y sobre valorizamos lo que está en frente de nuestros ojos, pues hemos aprendido a cegarnos, a adiestrar nuestra mirada para ver más allá de nuestros sentimientos. Por ello, es necesario desempañar los ojos, de manera que cuando uno vea hacia adentro, no se sienta vacío o falto por las cosas o personas que en este momento no se encuentran con nosotros.
Ahora bien, si la cuarentena es ese espejo de uno mismo, invito a que se sumerjan en él, exploren todas las esquinas, espacios, y rincones recónditos de sus seres, es decir, habiten el único espacio que les pertenece. El estar dentro de uno mismo es Posibilidad, pienso que, te da una apertura hacia el mundo. No importa en dónde estoy, y qué es lo que hago, sino quién soy. Considero que esa es una de las grandes preguntas que nos hace escoger la antropología, pero la misma disciplina ha obviado el camino de vernos a nosotros mismos de forma sentimental, analizarnos como individuos, y como seres inmanentes.
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