Activismo y escepticismo
Elena Bernal Rey
Como filósofa soy escéptica. Como política, soy radical. ¿Son acaso compatibles? No parece. Montaigne representa el escepticismo como una balanza en el que ambos lados pesan lo mismo; es decir, dos posiciones contrarias siempre tienen el mismo valor. Pero en la política eso muchas veces parece imposible. Si aquello por lo que lucho pesa lo mismo que aquello en contra de lo que lucho, ¿cómo justificar mi lucha? ¿Cómo seguir luchando? ¿Cómo defender la causa? Vivo eternamente en esa tensión entre mi postura filosófica y mi postura política. Mi carácter como intelectual y mi carácter como activista. Me siento entonces insalvablemente contradictoria.
Pero ¿acaso es imposible querer cambiar el mundo y a la vez no asumir verdades absolutas? ¿Es imposible tener la creencia de que el mundo debe cambiar y a la vez dudar de todas las creencias? ¿Es contradictorio e incoherente querer ser filósofa y política? ¿Suspender el juicio y actuar? Puedo buscar respuestas primero en la historia de la filosofía: remontarme a los orígenes del escepticismo. La escuela escéptica nace en la Grecia Helénica y es una de las tres escuelas éticas más importantes de la época (con el estoicismo y el epicureísmo). Se les denominan éticas en el sentido original y amplio de dicho término: la ética entendida como la rama de filosofía que se encarga de pensar la praxis, o más precisamente las acciones guiadas de tal manera que se acerquen a la buena vida. Existen varias escuelas de este tipo, siendo el escepticismo un poco diferente pues, si bien es una forma de vida que propone una praxis: la de la investigación y una ética de suspensión del juicio, no es una escuela formal como el epicureísmo y el estoicismo. Pero bueno, no me quedaré en esos detalles para poder definir más o menos el escepticismo: el escepticismo consiste en suspender el juicio y abandonar las creencias, pues no son más que una ilusión de conocimiento. Vivir como escéptica, implica entonces vivir cuestionando todo conocimiento y todo dogmatismo.
Bueno, ya sabemos qué es el escepticismo. Ahora hablemos de activismo. El activismo, o la militancia, es “la dedicación intensa a alguna línea de acción en la vida pública, social o/y política”. Como su nombre lo indica, el activismo está centrado en la acción. Y la relación entre escepticismo y acción es complicada. El no tener creencias o no saber algo muchas veces puede ser motivo para evitar actuar. Los escépticos griegos llevaban esto al extremo, pues había algunos que, debido a su vida sin creencias, deambulaban por Atenas exponiéndose a peligros pues no creían en ellos: dejarse atacar por perros o atropellar por carruajes están entre las cosas que llegaron a hacer. ¿Cómo entonces reconciliar esas dos posturas? Llevo dos años sumergida en el activismo y siempre me lo pregunto. Cualquier acción cotidiana, por pequeña que sea, es muchas veces una refutación al escepticismo. Ahora, un activismo dirigido específicamente a un movimiento social, fundado en una base ideológica y un sinfín de creencias que guían y justifican la práctica, es una refutación total.
Llegamos al final de este ensayo y no he podido dar una respuesta. Porque es un problema difícil. Pero al menos les contaré algunas ideas que he tenido en el camino de solventarlo. La primera persona que me ayudó a lidiar con este problema fue Hume, quien propuso que, para salir del escepticismo, a veces insoportable, había que vivir. Luego Kant me dijo que, en el terreno de la razón práctica, a veces se debían adoptar creencias que no tenían el estatuto de conocimiento, sino que tan sólo eran condiciones de posibilidad para la acción. Este salto a la práctica, ha sido mi estrategia desde entonces. Una pausa en la necesidad de tener conocimiento certero para actuar, una cierta suspensión del juicio, que es la base del escepticismo, pero aplicada a la acción. Pero, ante todo, un ensayo, una adopción de una actitud de humildad que admite no saber bien lo que está haciendo.